Actualmente regido por la Orden de la Merced, fue una institución de acogida de peregrinos que «iban a Compostela», promovida a principios del siglo XIII por unos frailes italianos («Laudantes Deum») junto a la capilla de San Brais de Vilanova. De ellos derivó la Orden de la Penitencia de los Bienaventurados Mártires de Cristo, exclusivamente sarriana en su origen y desarrollo, que se extendió a Arzúa y Ferreiros de Arzúa, y que en 1568, dando fin a su vida independiente y priores perpetuos, fue forzosamente integrada en la Orden de la Regular Observancia de San Agustín. Sostuvieron hasta mediados del siglo XVIII el hospital de San Roque o de la Madalena (donde está el Cemiterio Novo), y hasta la exclaustración, en 1832, los llamados «Hospitaliños Novos» en la «Obra Nova» promovida por el obispo Armayá.

Es el edificio más representativo de la villa y guarda como restos románicos (s.XIII) una puerta en el claustro y un arco en la Capela do Santo Cristo. Del período gótico (siglos XIV-XVI), correspondientes a la segunda y tercera iglesias, conserva un rosetón, sepulcros y nichos de corte manuelino, la capilla mayor y un claustro tardío (1514) con interesante suelo de guijarros. El altar mayor y la imagen de San Agustín que lo preside son obra del entallador Gregorio Fernández, padre del insigne imaginero de igual nombre que, natural de Sarria, en Valladolid dejó muestra cumplida de su maestría y espiritualidad.

Por una bula del papa Juan XXII (1322) y otra de Clemente VII (1534) concedieron a peregrinos y bienhechores del Hospital y del Monasterio muy amplias indulgencias.

La tapiada Puerta de Santa María Magdalena, con imagen de la santa antes titular, se corresponde con la segunda iglesia. La Puerta de acceso al templo, con la cruz de los «madalenos» al lado, es la tercera iglesia y está frente a la Puerta de Gracias, que da acceso al claustro. La Puerta del Convento y la Porta dos carros completan los accesos al monasterio.

La torre y la Obra Nova son del siglo XVIII. En la puerta de los Hospitaliños Novos figura la leyenda «Charitas aedificat» que resume el espíritu de acogida cristiana propia de las comunidades que allí habitaron.

Un magnifico escudo agustiniano, bordeado por la leyenda «Sicut aquila incitans ad volandum pullos suos», y varios escudos de las familias nobles que señorearon la comarca embellecen el conjunto.

Además del Convento e Iglesia de la Merced el edificio principal y anexos acogen un centro de enseñanza y albergue, heredero de la primitiva fundación.